A lo largo y ancho de la Argentina la violencia en el fútbol parece ya instalada, tanto en las hinchadas como en los propios jugadores. Esta problemática es reflejada habitualmente por los medios masivos de comunicación. Se trata de un flagelo que ha envuelto también a Tres Arroyos en los últimos tiempos.
Esta cuestión ocasiona un sinnúmero de consecuencias, las cuales involucran a la mayoría de las personas que acuden a los estadios.
Por estos días no importa a qué sector de la tribuna se vaya. Las agresiones se ponen de manifiesto en la popular o en la platea, donde –supuestamente- asisten aquellos pertenecientes a una escala social media-alta y que, en teoría, deberían tener un grado de educación más elevado.
Por estos pagos, la situación no es tan diferente. El último fin de semana sucedió un hecho tan lamentable como bochornoso, evidenciando que la violencia en las canchas de fútbol no sólo se ven en la capital federal.
En el estadio de Huracán, el local se enfrentaba a su clásico rival, Quilmes. En un contexto de final de campeonato, el encuentro se desvirtuó en su finalización. Ya con el resultado 1-0 a favor del Globo comenzó una suerte de batalla campal entre los jugadores de ambos equipos, quienes fueron acompañados por hinchas que saltaron hacia el campo de juego en pos de defender a los suyos.
Al mencionado episodio se le suman otros dos que ocurrieron hace un tiempo, los cuales vale la pena indicar.
Vergüenza número uno. El 16 de diciembre de 2007 otra vez la violencia ganó su partido. En esta ocasión los protagonistas fueron los barras de Olimpo quienes causaron destrozos en el estadio, además de arrojar todo tipo de objetos contundentes al campo. Esto motivó que el árbitro dé por finalizado el partido cuando aún faltaban 20 minutos de disputa.
Vergüenza número dos. El 17 de octubre del 2006 la barbarie empañó otra vez lo que hubiese sido una fiesta del fútbol doméstico. En el marco de una final se enfrentaban El Nacional-Boca, casualmente también en el estadio de Huracán. Nuevamente los jugadores fueron el foco de atención, no por sus desempeños durante el juego sino por las reacciones tan bajas posteriores al mismo, que se caracterizaron por repartir trompadas por doquier.
En consecuencia, vale decir que es un problema cultural, como parte del cual los integrantes de una sociedad reflejan actitudes y comportamientos dentro de una cancha. No caben dudas respecto a que hay otros modos de resolver las situaciones. No es cuestión de estar agrediendo al otro por temas insignificantes como lo es –por ejemplo-un partido de fútbol. Con estas acciones lo único que se gana es formar una sociedad tanto o más agresiva que la actual.
Son sólo tres casos que evidencian que las épocas han cambiado para peor. Indudablemente la intolerancia le ha ganado un partido fundamental a la paz, el sentido común y la buena educación. Y encima por goleada.
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Sociedad - Deportes
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